martes, 15 de marzo de 2011

Cuando mezclamos fantasía y realidad

Muchas veces soñé con tener a mi príncipe azul. Muchas otras veces me dormí soñando despierta. Crecí imaginando protagonizar películas en el que el bien triunfa sobre el mal. En el que el amor lo puede todo. Viví momentos mágicos sentada en frente de aquella pantalla cuadrada que me mostraba un mundo diferente a todo lo demás, diferente a todo lo que ya había visto. Llena de ilusiones y finales felices. Llena de recuerdos y momentos únicos. Y vivir cuentos mágicos en el que siempre había esperanzas y motivos para sonreír y ser feliz. Un mundo de fantasías en el que comprendí, que no quería salir.
Un día decidí a conocer por fuera de ese mundo que sólo yo imaginaba. Intentar ver cómo eran las cosas. Las descubrí, las disfruté y finalmente sin darme cuenta, fracasé. Había conocido lo que era el amor. Algo tan maravilloso que, al fracasar, no entendía porqué motivo aquellos días mis ojos se inundaban de lágrimas. Algo en la panza sentía. Algo diferente había. No estaba en ese mundo y ya no podía retroceder el tiempo hasta la escena anterior. Los cuentos con finales felices ya no estaban y entendí que tendría que ser yo la que cambiaría las cosas. Con mi cara empapada, mi cabeza empezaba a recordar. Me preguntaba, ¿Porqué todos esos recuerdos tan maravillosos se me aparecían en simples imágenes hermosas pero, a la vez, tan extrañadas? Yo no quería recordar. Quería volver el tiempo y vivir aquellas imágenes como si hubieran pasado segundos. Pero comprendí que para eso, tendría que seguir de pié y empeñarme a vivirlas nuevamente, o quizá mejores. Sentí cosas nuevas, que al verlas en ese mundo en el que yo vivía, no eran las mismas, me eran tan desconocidas. Las cosas las fui analizando y sin darme cuenta ya no era una niña. Ya me daba cuenta que ese mundo era simplemente algo fantasioso, algo que me dejaba soñar con lo perfecto y lo interminable. Hoy entendí que no todo es para siempre, que aquello que un día te hace bien, al otro día, te deja sin ganas de respirar. Entendí que lo que sentía era amor, una palabra tan fácil de escribir, pero a la vez, tan difícil de entender y poder manejar. Hoy quisiera ser tan inocente como lo era en su momento en el que creía que ese mundo era igual en todos lados. Mi inocencia sigue guardada, como ese mundo en el que, de vez en cuando, me animo a recorrer, pero sin confundir mi fantasía... con la realidad.

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